martes, 9 de febrero de 2010

Luces y sombras el 18 de febrero dentro del XX Festival de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid


18 de febrero, 20:30 horas
Entrada gratuita

Parroquia Santuario de María Auxiliadora

Calle Ronda de Atocha, 25
Tel: 91 506 21 07

 

LUCES Y SOMBRAS

PROGRAMA

-I-

Carlos Ordoñez (1734 - 1786):
Sinfonía en Mi bemol mayor (- Andante -Allegro)

Carlos Cruz de Castro (1941):
Ofrenda a Miguel Hernández

Jesús Torres (1965):
Extático

-II-

Einojuhani Rautavaara (1928):
Adagio Celeste

Franz Joseph Haydn (1732 - 1809):
Sinfonía n° 44 en Mi menor “Fúnebre”
- Allegro con brío
- Menuetto. Allegretto. Canone indiapason
- Adagio
- Presto

FICHA ARTÍSTICA

Atelier Gombau

Dirección: Carlos Cuesta

NOTAS AL PROGRAMA

Carlos Ordóñez (Viena, 1734 -1786) es un músico vinculado al entorno de la capilla imperial vienesa en la que trabajó como violinista. La Sinfonía en Mi bemol mayor (Brown I:Eb3) que abre el concierto, es la única de Ordóñez compuesta en dos movimientos: el primero, para cuerdas solas con sordina, no es, a pesar de su brevedad, un preludio sino una forma completa en sí misma. El segundo movimiento, con oboes y trompas, libera la fuerza expresiva contenida en el primero y es brillante y extrovertido.
Ofrenda a Miguel Hernández, fue estrenada en Moscú (2006) en la clausura de las II Jornadas Hernandianas en Rusia, en la Casa-Museo Pushkin, homenaje al poeta de Orihuela, del que este año se cumple y conmemora el centenario de su nacimiento. Carlos Cruz de Castro, su autor, es compositor madrileño de reconocido prestigio internacional; fue Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid en 2002. Durante más de 30 años ha sido programador de Radio Nacional de España a través del Segundo Programa, Radio 2 y Radio Clásica, siendo de ésta última Jefe de producción.
Extático es el tercer movimiento de la Sinfonía (2005) de Jesús Torres, obra encargo de la Orquesta Sinfónica de Radio Televisión Española con motivo del 40 aniversario de esta agrupación. Se trata de una obra de una belleza sobrecogedora, una obra imponente y dramática, desde el estallido de violencia sonora del segundo movimiento "Exaltado" tras la carga dramática menos extrovertida del primero, "Desolado", hasta el inquietante tercer movimiento, "Extático", donde la obra alcanza su cima, muestra de angustiadas sonoridades, intensas, sombrías, muy puras, mientras que la agitación rítmica domina en el último, "Enérgico". Torres revela en su Sinfonía una maestría consumada tanto en el dominio de la escritura como en el manejo de los recursos orquestales y expresivos. Tradición y vanguardia juntas: la vieja división de los tempi de la sinfonía clásica con lenguaje contemporáneo y nuevos recursos, y empleando siempre la cuerda con brillantez. Está considerada ya una obra de referencia de uno de nuestros creadores más singulares, de gran trayectoria y largo recorrido.
La segunda parte comienza con una obra del compositor finlandés Einojuani Rautavaara, cuyo repertorio se vincula con frecuencia al misticismo, incluso con la utilización de cánticos litúrgicos y composiciones con títulos angélicos. No son, sin embargo, candorosos querubines, sino seres terribles y poderosos, cuya referencia se encuentra en los poemas de Rilke, los que probablemente pueblan su Adagio Celeste, compuesta en 1997 y revisada en 2000. La melodía es la auténtica protagonista de la pieza. En la línea de Wagner, Rautaavara emplea la armonía de forma expresiva, sometiéndola a constantes fluctuaciones y modulaciones infinitas. Ecos ravelianos y procedimientos modales se enmarcan en frases que se enlazan de forma perenne, a través del periódico intercambio mayor-menor. El lugar al que nos transporta su música está más allá del universo conocido: “Creo que la música es grande si, en un determinado punto, el oyente acierta a vislumbrar un momento de eternidad a través de la ventana del tiempo... Esta es, a mi juicio, la verdadera justificación de cualquier arte. El resto tiene una importancia secundaria”.
La Sinfonía nº 44 (Fúnebre) de Franz Joseph Haydn está fechada en torno a 1772. Corresponde por tanto al período comprendido entre 1770 y 1774, en el que la cantidad de sinfonías compuestas (diecisiete) y la genialidad de las mismas muestran el gran florecimiento en la producción sinfónica del compositor vienés. Inscrita en el movimiento prerromántico del Sturm und Drang, esta sinfonía presenta un amplio primer movimiento contrapuntístico y un minueto escrito como un canon estricto entre las voces superior e inferior. En contraste con estos se encuentran el celestial movimiento lento y un trío en el que el carácter cantable se realza. El final es quizá el más concentrado y arrollador de los movimientos del Sturm und Drang que Haydn escribió: en la sección del desarrollo la tensión se eleva con intensas secuencias que saltan hasta el agotamiento. De belleza sólo comparable a El Adiós de la nº 47, de la nº 48 (Maria Theresa) o la nº 46, se cuenta que Haydn pidió, ya anciano, que en su funeral se tocara el movimiento lento de su Sinfonía Fúnebre.

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